Desde los años ochenta del siglo XX se ha gastado mucho dinero dirigido a implantar una cultura legitimadora o resignada de la jerarquía social creada por el mercado. Y la inversión ha tenido éxito, pues se aplaude lo que ganan los ejecutivos o la élite de los profesionales (¡lo dice la oferta y la demanda, es mérito propio y aspiración de los hijos de la clase media¡) mientras que no se toleran los sueldos del político o de los funcionarios (¡es a costa de nuestros impuestos¡). Es razonable cuestionar la renta y el oficio de los empleados públicos,...