Hace treinta y seis años, los alumnos que entonces cursábamos en el Instituto de Enseñanza Media, tuvimos que soportar la ignominia final del régimen: el testamento político (sic) de Franco se colgó con chinchetas en las paredes de las aulas. Y desde esa atalaya fría, irreal y distante, se nos lanzaba todos los días el anatema terrible con el que supuestamente se cerraban los cuarenta años de dictadura: al fin y al cabo, España estaba predestinada a cambiar, pero todo estaba “atado y bien atado”. El Partido Fariseo, el auténtico gobierno del mundo en las tinieblas, el verdadero representante, aquí y allá, de la aristocracia financiera, de la podredumbre intelectual, de la mentira interesada, del fascismo atemporal y permanente, se preparaba, una vez más, para trastocar su rostro insoportable en una democracia de fachada amable, en un imperialismo dadivoso, en un próspero capitalismo pueblerino. Aceptó como un mal menor el lavado estético de su feroz programa, y se lanzó a contentarnos con extraordinarios juegos de magia política… Ese primer acto de la gran farsa, ya ha finalizado. Han caído las máscaras.
No ha sido sino hasta este mes de febrero 2012, cuando he podido comprobar no solo que esa sentencia se cumplía, sino que, como es costumbre inveterada de este partido universal, el círculo se cierra con la habitual puesta en escena de la ultraderecha (perdón, el ultracentro; en USA, el Tea party; en Siria, los alauíes, en Rusia, los nuevos ricos; etc): retraso económico, desempleo galopante, corrupción generalizada, retroceso social y democrático, y manipulación de la Justicia, pero sobre todo el más descomunal despliegue de demagogia que ni el propio Hitler, verdadero virtuoso de esta estrategia, jamás hubiera soñado.
Ahora que son evidentes las razones y causas de nuestra ruina económica y social, ahora que ya ni tenemos la escapatoria de acusar a un enemigo exterior de cuáles son nuestros males eternos, ahora que ya es público y notorio quien es el que roba, cuánto nos roba y dónde guarda el dinero y la esperanza que nos roba, ahora entra en acción el gran arma de destrucción masiva de ese partido: el revisionismo radical de la realidad a través de la palabra, es decir, la gran mentira que cierra el círculo de ese juego de prestidigitación global. La gran mentira que consiste no sólo en volver del revés la verdad, sino en proporcionarnos a los que sufrimos las nefastas consecuencias, el papel añadido de culpables, de inmorales y de esclavos sin conciencia histórica. Para así terminar de destruirnos.
Está dicho. En Rusia, han sido los campesinos y los grises ciudadanos de un país frío y triste los que han ocasionado con su trabajo silencioso el estallido de una mafia real más salvaje e inhumana que la nacida en la propia Corleone. En Siria, es la población civil (niños y ancianos, por más señas) la que se ha puesto el traje de terrorista para derrocar al democrático, cariñoso y adalid de la generosidad, régimen de Al-Assad. En Estados Unidos, son las clases sociales más bajas, las que con su comportamiento inmoral han consumido productos financieros adulterados, contaminando así todo el planeta.
Y en España, lo acaba de decir la vicepresidenta del actual gobierno: ya se han acabo las grandes obras y los grandes acontecimientos, porque ya se sabe, que de este despilfarro, de este robo a gran escala, de esta descomunal estafa los únicos responsables somos los funcionarios, los asalariados, los desempleados y los pensionistas. Pero esto, ¿a quién se lo estás contando, Soraya? ¿A algún despistado de un pueblo perdido en los montes de León que todavía no tiene internet, o a los ciudadanos y contribuyentes de la Comunidad Valenciana?
Lo acaba de decir la Real Academia de la Historia, que Franco no fue “totalitario”, que eso no era más que una interpretación rencorosa y egoísta de sus miles de represaliados (y a todas luces, desagradecidos).
Y lo acaba de decir y avisar el Tribunal Supremo: el PODER (así, con mayúsculas) no se toca. El juez Garzón utiliza (ahora sí) medios “totalitarios” para sacar la luz del caso Gurtel y es, por tanto, una amenaza para la democracia por intentar esclarecer los crímenes del franquismo. Amén: la Iglesia Católica tiene un extraño Evangelio en el que el perdón y la caridad no permiten a unos cuantos miles de rojos localizar y enterrar a sus muertos.
Y lo acaba de rematar Francisco Camps, ejemplo y metáfora de este partido eterno que gobierna España desde la prehistoria con distinta música, con distintas banderas, con distintas siglas, pero con el mismo sectarismo, la misma inmoralidad mesiánica, y el mismo provecho: el Partido Fariseo. Como han demostrado de manera concluyente las pruebas presentadas, Camps es completamente inocente y Garzón, un sinvergüenza, en palabras nada menos que del Jefe del Consell Juridic Consultiu de Valencia.
Hace unos días, la mentira y la demagogia se travestían de metáfora surrealista y cruel. Francisco Camps, de todo punto inocente, se doctoraba cum laude gracias a una tesis escrita con faltas de ortografía. Los desagradecidos alumnos que le recibieron e increpaban no han sabido, como el resto de valencianos y españoles, apreciar en la figura de ex president la rancia estirpe de aquellos que acumulan todos los valores representados en el testamento político de Franco: la democracia, la moralidad, el honor y, sobre todo, la VERDAD.
Consumatum est.
Bartolomé Nieto
Miembro de ATTAC PAÍS VALENCIÁ
Miembro del Comité Científico, de Reflexión, Debate y Formación de ATTAC-ALACANT
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